Nunca supe decirte la emoción que invadía mi cuerpo al leerte todas las mañanas. Quizá ni siquiera sepa ahora trasmitirte lo que siento cuando abrazo tu calor cercano.
Nunca extraño es lo extraño en nuestro encuentro. Un encuentro que espera por días y noches a ser eclipsado nuevamente por las palabras de deseo.
Una interrogación que invade mi cuerpo como si ya estuvieras en él. Esas caderas que tiemblan de deseo y miedo como si las flores no fueran a renacer en primavera.
Esas palabras que penden de un hilo constante para que la línea que las sujeta no se rompa por el placer concluido.
La línea de las palabras y el rubor de tu mirada, que encuentra escondite en la sonrisa clara de la mañana teatral, es lo que me encanta de ti. Una vez me lo preguntaste y el silencio dio lugar a nuevas palabras y sensaciones.
Un sillón raído que me recuerda a horas y horas de sonidos embadurnados de un halo de conocimiento.
Y ese café que siento apoderarse de mí en una batalla de titanes por un universo de placer. Imagino esa noche que no dejo que acabe. Quiero ver el sol, pero no quiero que eclipse la luna de tus caricias.
Ese brindis de burbujas y letras que quisimos posponer, y que ahora entiendo el momento de su luz brillante cuando te tengo… El momento que no supimos capturar más allá de la imaginación y de los recuerdos que esos pasos de piedra nos señalan día a día.
Un paso del tiempo del que nunca quise saber. Un paso del tiempo que voló fugaz como las mariposas en otoño y que revivió esa sensación de vergüenza que tan viva me hacía sentir.
Te encuentro todos los días en presencia de mi pasión, en presencia de tus palabras, en presencia de mi sonrisa, en presencia de tus caricias, en presencia de mi razón, en presencia de tu corazón, en presencia de mi mañana con mi té, en presencia de tu noche con tu café… Así te reencuentro una y otra vez bajo las palabras libres…