Te fuiste y no me quise despedir porque sigues presente en mi vida.
Me miro al espejo y veo tu misma fortaleza, esa que siempre me inculcaste como buena mujer.
Aquellos secretos y charlas compartidas que me vienen a la memoria y que me hacen recordarte como las alegrías plantadas en la azotea.
Y ese cuento que me narrabas cada noche en el pretil de la casa de mi infancia.
Siento aun esa complicidad que a ojos de los demás dejaba entrever la afinidad de caracteres.
Perú te lloró la noche que te fuiste y México te recuerda con los platos que con tanto cariño me enseñaste a cocinar.
Te describía mis historias por el mundo y tú me contabas los recuerdos de aquella época de juventud en la Extremadura rural.
Y mi recuerdo contigo en ese salón dando mis primeros puntos de ganchillo, embadurnado de confesiones y felicidad que nos daba compartir juntas un contexto de novela… novelas que como la vida misma plasman la realidad de los vaivenes del destino y que tú, siempre de negro, me enseñaste a superar en el cobijo de las sonrisas.